2.- Toda cantera se construye a base de captar. Todo equipo se hace a partir de agregar jugadores llegados de distintas procedencias, salvo los equipos básicos de colegios, cuyos componentes surgen -salvo excepciones- de las propias aulas. Los pequeños clubes se nutren de los colegios; los medianos de los pequeños; y los de grandes ciudades, de los clubes de pueblos. La pirámide es constante. Podríamos decir que ninguna cantera es autosuficiente y necesita, inevitablemente, hacerse con los servicios de jugadores salidos de otras entidades inferiores.
3.- La captación ha de ser coherente con el modelo de juego. El punto anterior es universal, pero captar no significa acertar. Hacerse con los mejores talentos de una determinada zona no garantiza nada. La captación ha de realizarse en función del modelo de juego que posea un club o un equipo determinado y debe obedecer a unos objetivos concretos, no solo a que un chaval sea -en genérico- bueno o muy bueno. Si no hay modelo de juego, entonces no importa demasiado el perfil a captar..
4.- La cantera debe ser artesanal. El talento es esencial. La formación, también. Y la formación debe ser minuciosa, constante, detallada y permanente. No basta con enseñar. Hay que enseñar con el mimo del artesano. No solo se precisan muchas horas (un jugador que llega al Camp Nou puede acumular 5.600 horas de formación) sino que deben ser horas de calidad, ricas y bien enfocadas. Es artesanía moldeando futbolistas.
5.- El darwinismo es implacable. Por más talento, formación y coherencia con un modelo de juego que se tenga y aplique, Darwin acaba haciendo siempre de las suyas. Accidentes, lesiones, azar, la fortuna de un mal día o de una gran noche, la confianza de un técnico, aprovechar la oportunidad… mil situaciones acaban confirmando a un chaval en el primer equipo o llevándole lejos de su sueño. Es inevitable. El fútbol es como la vida.
6.- Los ascensoristas son decisivos. Todo lo anterior puede ser perfecto pero fallar el ascensorista, el entrenador que dará la oportunidad y abrirá la puerta definitiva. El entrenador del primer equipo es el principal ascensorista, pero no lo es menos el del filial. Si este último, por interés personal o torpeza, rompe el equilibrio entre búsqueda de resultados y formación continuada de los promesas, la puerta no se abrirá.