martes, 2 de abril de 2013

Sueños de niños, juego de mayores

sociedad.elpais.com


Si un niño aspira a ser futbolista en España, probablemente no exista mejor sitio que La Masia, la cantera del Barcelona. Por lo que ofrece como escuela y, sobre todo, por el horizonte real que supone llegar al primer equipo: 23 futbolistas formados en las categorías inferiores han debutado en los últimos cinco años en el Barcelona.

No hay mejor imagen de eso que la de Reina, Valdés, Piqué, Puyol, Xavi, Iniesta, Cesc y Pedro celebrando el Mundial de España. Otros muchos, la mayoría, se ganan la vida en equipos menores, en la Liga o en el extranjero.

Pero en ese paraíso que le cuesta al club 15 millones anuales se han abierto recientemente dos grietas legales. El mes pasado una sentencia del Tribunal Supremo sobre el llamado caso Baena tumbó la forma en que el club intenta retener a sus jóvenes futbolistas por considerar abusivo el contrato que les hace. Y la FIFA ha prohibido al Barça alinear a seis jugadores cadetes e infantiles por vulnerar las normas de traspasos de menores de edad.

Ambas decisiones reabren un viejo debate que afecta no solo al Barça, sino a todas las canteras: cómo proteger el fútbol base sin lesionar los derechos de unos chavales que hacen lo que más les gusta en el mundo y, al mismo tiempo, forman ya parte del gran negocio del fútbol. A esa protección no siempre, ni mucho menos, contribuyen los progenitores, deslumbrados por la posibilidad de que los menores les solucionen la vida.

Un fallo anula una indemnización de 3,4 millones pactada con unos padres.
Aunque en España la edad mínima para trabajar son los 16 años y la FIFA
prohíbe que los menores de 18 suscriban contratos de más de tres años de duración y solo permite su traspaso a clubes de otro país en situaciones excepcionales, son muchos los pequeños futbolistas captados por los ojeadores de los equipos a edades más tempranas, incluso a los ocho o nueve años.

“A los más pequeños es más fácil fidelizarlos porque los padres no son tan valientes y se resisten a que cambien de ciudad”, dice Pablo Blanco, coordinador de escalafones inferiores del Sevilla y exjugador del mismo equipo, al que llegó cuando era un juvenil. Pero a partir de los 11 o 12 años “todas las canteras meten mano en otras canteras”, como resume de forma gráfica un abogado y reconocen en algunos equipos.

Los clubes invierten mucho dinero en sus jóvenes promesas y quieren recuperar esa inversión, básicamente asegurándose de que el jugador no se irá a otro club simplemente dando las gracias cuando está a las puertas del primer equipo.

Por eso intentan blindar a sus jugadores con fórmulas más o menos sofisticadas. Pagándoles los estudios, casa y comida y facilitándoles material deportivo y una gratificación mensual, que en el Sevilla es de hasta 500 euros a partir de los 14 años —y crecen según asciende el chico— y en el Athletic llegan a los 600 en el caso de los mejores de 16 años. Estas cantidades parecen migajas al lado de los 4.000 euros que recibe el padre de un talento andaluz que juega en el Málaga. “Cuanto más pequeño es el club, más pagan a los padres”, asegura un agente que ha firmado contratos de menores con la mayoría de equipos de Primera.

En las oficinas del Camp Nou encontraron hace más de una década la fórmula perfecta para atar a sus promesas, tanto que la copiaron muchas otras canteras españolas. Es la que utilizaron con Raúl Baena, que hoy tiene 24 años y juega en el Espanyol.

Baena empezó en el Faro de Torrox, el club de su pueblo, y a los 11 recaló en el Málaga. Dos años después le tentó el Barça y sus padres no dudaron. Para sellar su entrada en La Masia, el 22 de abril de 2002, los señores Baena firmaron junto a su hijo, que entonces era un escolar de 13 años, tres documentos.

El primero era un contrato de jugador no profesional, en el que el pequeño jugador se comprometía a integrarse en la escuela del Barça y a cambio el club le garantizaba “estancia y manutención”, estudios, viajes a casa y una “compensación mensual para gastos”. Si Baena rompía este acuerdo para irse a otro club debería pagar una indemnización de 30.000 euros.

El segundo documento era un “precontrato de trabajo” de 10 años de duración que establece cuándo y cómo se convertiría en profesional, como tarde a los 18 años. Se adjunta también el contrato en sí, que señala lo que cobraría en cada categoría e implica la cesión de sus derechos de imagen. La fecha de ese documento, que recoge una penalización de tres millones de euros “actualizados con el IPC”, va en blanco porque se rellena en el momento en que el jugador se convierte en profesional.

Esa cantidad “decidida libremente por las partes” es lo que reclamó el Barcelona al jugador en los tribunales cuando este fichó por el Espanyol en 2007. El Supremo considera nulo el precontrato y la penalización que incluye, que ascendía a 3,489 millones de euros, “porque vulnera el interés superior del menor”.
Para Ricardo Morante, de Ejaso Estudio Jurídico y abogado del jugador, se trata de “un contrato absolutamente ilícito porque coarta la libertad del menor para decidir su futuro, con una cláusula ilegal por desproporcionada”.

¿Y los padres que también firmaron el contrato? “Se excedieron en su representación”, explica.

114 pactos laborales de entre 2004 a 2008 tenían penalización millonaria

“Lo que dice la sentencia es que los padres pueden decidir sobre el presente de sus hijos, no hipotecar su futuro”, resume Antonio Sempere, de Gómez-Acebo & Pombo y catedrático de Derecho Laboral. O sea, que los clubes pueden firmar lo que quieran con los padres, pero el chaval será libre de tomar sus decisiones desde los 16 años. Y son chavales que, en muchos casos, ya tienen agente.

La batalla que ha perdido el Barça cambia el panorama porque muchos clubes hacen algo similar, confirman agentes y abogados. “Nosotros tenemos algo parecido, pero solo en el caso de los mejores jugadores; además, ni duran tanto ni los firman tan pequeños ni la indemnización es tan alta”, dicen en el Villarreal.

Tal vez la solución sería que los clubes y la federación pactaran las indemnizaciones a pagar si un equipo roba un chico a otro. “Lo ideal sería que hubiera un baremo”, asegura el directivo del Sevilla, consciente de la realidad: “El Barça tiene una política muy agresiva en la captación. Todos la tenemos, cada uno en nuestro entorno, pero el Barça por su fama y las condiciones que ofrece tiene más atractivo”.

El directivo del Sevilla pone el ejemplo de los cuatro canteranos que han dejado en los últimos tiempos el club para instalarse en La Masia. El más pequeño de ellos jugaba en el equipo alevín (categoría para los niños de 10 y 11 años) y fue una de las imágenes de la inauguración de la nueva Masia a finales de 2011.

No es un caso aislado. El Villarreal también tiene un conflicto con el Barça por un portero infantil (12 y 13 años). Por eso hay equipos que imponen cláusulas anti-Barça o anti-Madrid, tratando de protegerse del bocado del pez grande. En el caso del Barça, el peligro llega de Inglaterra. “Contra 200.000 euros por cuatro años es difícil competir por mucha Masia que ofrezcas”, dicen en el club.

Hasta la sentencia de Baena, el caso de referencia era el de Fran Mérida, que dejó La Masia para seguir los pasos de Fábregas en el Arsenal. Le faltaban seis meses para cumplir 16 años cuando comunicó al club que no firmaría el contrato profesional y se fue a entrenarse en el equipo del barrio de Arriznavarra, en Vitoria, sin ficha federativa. Una argucia legal que no le sirvió de mucho. El Arsenal terminó pagando.

Cambie lo que cambie después de la sentencia, y nadie quiere dar detalles porque como buen negocio cada empresa guarda celosamente su estrategia, el peligro es que los clubes dejen de invertir. “Si lo tocan mucho, ¿quién querrá gastar dinero en formar niños de los 12 a los 16 años?”, se preguntan algunos. “La sentencia resuelve bien un caso, pero no el problema de la cantera, porque estas hacen una inversión importante y tienen que ser compensadas. Debe haber un equilibrio”, asegura Sempere. El Tribunal de Luxemburgo ya se pronunció en un sentido similar con el francés Bernard.

El Supremo ha reabierto con su decisión otro viejo dilema, el de si los niños deportistas deben tener una consideración especial por lo precoces y cortas que son sus carreras.

Este aspecto lo puede resolver el Gobierno si decide rebajar la edad laboral de los deportistas a los 14 años, pero esto iría en contra de lo que defienden la FIFA y las instituciones laborales. Ajenos a todo ello, cientos de niños sueñan con una plaza en La Masia. El negocio continúa.