Cada año es igual. Las instituciones hacen su papel. Las federaciones, lo que pueden. Los clubes… Bueno, dejémoslo ahí. Y quienes verdaderamente pueden tomar decisiones efectivas y de importancia capital, los padres, se dejan llevar por la inercia y miran al de en frente en lugar de analizarse ante el espejo. Reconozcámoslo: la violencia en el deporte base sigue existiendo como una lacra que toma múltiples formas.
Los avances han sido sobresalientes en los protagonistas de la competición deportiva, los niños, gracias a la implantación de rutinas -saludos entre los equipos al principio y al final de los partidos-, la influencia de nuevas generaciones de entrenadores más preparados o la incorporación al trabajo formativo en muchos clubes de técnicas de coaching que permiten gestionar las emociones huyendo de comportamientos agresivos. Los chavales se dedican a jugar y divertirse. Los altercados entre ellos son prácticamente nulos. Aquí se progresa, pero… ¿qué pasa en las gradas?
La Federación Catalana de Fútbol presentó a finales de la pasada temporada -y ha comenzado a aplicarlo en la actual- una campaña para erradicar la violencia en el fútbol en la que castigará con dureza los insultos verbales, racistas o discriminatorios. ¿Lo de siempre? ¿Una declaración de intenciones que pocos se atreverán a llevar a la práctica más allá de dos o tres casos pretendidamente ejemplarizantes? Lo veremos. En cualquier caso, la medida que se proyecta es impactante: la Federación echará de los campos a los padres que insulten. Se está trabajando en la creación de un reglamento que permita expulsar de un recinto a gente que use la violencia en cualquier sentido -verbal, gestual, discriminatorio- en partidos en los que estén interviniendo niños.
En ese nuevo reglamento se incluirá la figura de un delegado de campo cuya misión sería denunciar cualquier tipo de manifestación violenta que detecte en las gradas, ya sea dirigida hacia los jugadores, el árbitro o padres del equipo contrario. Esta medida de apartamiento de los violentos pretende ir más allá: se estudia negar la entrada a los entrenamientos a los padres conflictivos. Son ya muchas las entidades que no permiten el acceso de los padres a las sesiones de entrenamiento de sus hijos. Son muchos los niños que han abandonado el deporte por la presión a la que son sometidos por sus propios progenitores.
En Córdoba, el asunto de los incidentes en el deporte base sigue siendo un problema de primer orden. Y la mayoría de ellos -el fútbol sigue siendo, también en esto, el deporte rey, aunque las situaciones de violencia afectan también a otras modalidades- tienen a los padres como lamentables protagonistas y al árbitro como víctima. El curso pasado resultó especialmente doloroso en la provincia, con algunos episodios que alcanzaron un eco mediático nacional para vergüenza de quienes los provocaron.
La próxima semana se presentará la segunda edición del proyecto Quien juega limpio, gana, que lleva a cabo la Delegación de Árbitros de Fútbol y Fútbol Sala de Córdoba con el patrocinio de Acción Social de La Caixa, junto a la colaboración de la Federación Andaluza de Fútbol, Federación Cordobesa de Fútbol, Diputación y Instituto Municipal de Deportes. Todo es poco para combatir este virus de violencia que va saliendo del corazón del juego pero que se extiende -alentado por el triste prestigio social de la poca vergüenza y la agresividad verbal entendida como muestra de carácter- en las gradas.
¿Quién frena a los padres hooligans?
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