España-Luxemburgo en Logroño. Minuto 5. Silva se deshace de Lars Gerson en el centro del campo y corre hacia la banda derecha, pero Gerson se recupera y lo caza por detrás. Unos 500 kilómetros al oeste de allí, en la pequeña localidad costera de Tapia de Casariego, en Asturias, Eduardo Álvarez ve el partido por televisión: “No puede ser”. “¿Hay problemas?”, pregunta su esposa. “Puf, agárrate”, contesta.
Sobre la hierba de Las Gaunas, Silva pide que entren los médicos. Lo atienden en la banda, regresa al campo y menos de cinco minutos después lo sustituye Mata. El teléfono de Álvarez, fisioterapeuta, comienza a sonar: “Mensaje del representante, del padre, del hermano… Y al día siguiente, buscando vuelos para irnos”, recuerda. La entrada de Gerson dejó a Silva varias semanas sin jugar y a Álvarez y su mujer, sin el puente de octubre pasado. De allí a Arguineguín, el pueblo del futbolista, en Gran Canaria, donde le trató el tobillo.
Eduardo Álvarez es el fisio de confianza de Silva, y también de otros españoles que juegan o han jugado en la Premier: Santi Cazorla y Mikel Arteta, del Arsenal; Manu García, del City como Silva; Michu, que pasó por el Swansea. Cuando una tarde de fin de semana algún amigo le envía un mensaje del tipo “Prepárate, tienes trabajo”, hace repaso mental de los partidos en marcha para ver quién puede ser el lesionado y buscar las imágenes. “Al verlo te imaginas lo que puede haber pasado; si es grave”, dice.
El 29 de noviembre el que cayó fue Cazorla, en el campo del Norwich. “Cuando me llamó busqué el partido. Es una jugada en la que Monreal le pega de cabeza. Él está en la banda, va a despejar de volea y llega un bicharraco, lo embiste, le pega en la pierna, la bloquea, se hace una extensión y se rompe. Nada más verlo se entiende que es serio”.
Cazorla no lo supo tan pronto: “En un primer momento no me di cuenta –recuerda–. Jugué 40 minutos con la lesión. Luego hablé enseguida con Edu. Cuando vio la imagen me dijo que tenía mala pinta”.
Todavía está recuperándose: le faltan unos dos meses. Reparte el tiempo entre Londres y Mieres, la mayor ciudad de las cuencas mineras asturianas, de unos 25.000 habitantes, donde tiene su clínica de fisioterapia Álvarez. Allí pasó gran parte de la semana pasada tratándose la rodilla: horas de trabajo entre el gimnasio y la camilla, con parada para comer en casa del fisio.
CONFIANZA
Cuando es Silva quien se acerca a Mieres, la inmersión aún es mayor. “Viene, nos encerramos todos en casa de mi padre en el monte y hacemos un cordero a la estaca. Es David Silva los 15 primeros minutos. Luego es David. Son más que pacientes: son amigos. Nos vamos de fin de semana, de vacaciones, a cenar”, dice Álvarez.
Cuando un futbolista escoge un fisio personal fuera de la estructura médica del club en el que juega, no lo hace sólo por sus habilidades técnicas. “Edu es un gran profesional, pero sobre todo es muy importante la confianza”, explica Cazorla desde Mieres, antes de empezar otra tarde de trabajo.
La relación es muy íntima casi a la fuerza. “Cuando estoy en Manchester o en Londres, paso 24 horas con ellos, de las que ocho son en la camilla. Y estás ocho horas hablando de tu hija, de esto, de aquello. Si nos lleváramos mal, ni yo los trataría ni ellos querrían que los tratara”, dice Álvarez.
Esas horas que pasan juntos suelen ser, además, las más complicadas de los futbolistas: el dolor, la angustia, la espera. Días en la camilla, lejos de la hierba y de la pelota. “Paso más tiempo hablando con ellos cuando las cosas van mal que cuando van bien”.
EL MIEDO AL DOLOR
“La lesión lo cambia todo. Bellerín, por ejemplo. Llegó al primer equipo [del Arsenal] y enganchó varios partidos buenos. Si al tercero se hace una rotura en el isquio y está un mes sin jugar, a Debuchy [con quien compite por el lateral derecho] ya no lo quita. ¿Dónde estaría hoy Bellerín? O Falcao: se rompió un cruzado y se acabó Falcao. Pero si eso le pasa con 22 años, que no lo conocía ni el Tato… La lesión tiene la capacidad de cambiarlo todo”, dice.
Esa inquietud, ese miedo, late siempre en un segundo plano en la mente de los futbolistas. Cuando nada falla, ese rumor se adormece, pero las dudas pueden resultar demoledoras. “Tengo una historia de un jugador que se rompía siempre el isquio, un músculo que se rompe mucho esprintando. Y me contaba un sueño recurrente: le metían un balón a la espalda del defensa, y cuando arrancaba se rompía. Y se despertaba sudando”, recuerda Álvarez.
Esa angustia no se espanta sólo con las manos que ayudan a que el isquio se repare. En la camilla hay también mucho despliegue psicológico. “No puedes separar la lesión de la cabeza, es imposible”, dice. Desde el otro lado, también lo entiende Cazorla: “Uno no es buen paciente, siempre tiene ansia de volver a jugar, así que está bien alguien como él que mantenga la calma. La psicología viene muy bien”, dice el jugador.
DE LA CONFITERÍA A LA FISIOTERAPIA
Eduardo Álvarez (Mieres, 1976) no llegó a la fisioterapia en línea recta. Empezó a estudiar Empresariales en la Universidad de Oviedo, pero aquello no cogía vuelo. “Yo no era un gran estudiante”. Un día se sinceró con su padre: lo que quería era hacer Fisioterapia. “No sé bien por qué, pero siempre me gustó. Quizá por ser de familia de confiteros, mi abuelo ya lo era, mis padres tienen una confitería y una panadería aquí en Mieres... Por lo de amasar”.
Sus padres (“currantes, currantes”) maniobraron para que su media académica no fuera un obstáculo. Entonces, la Universidad de Oviedo pedía por encima del 9, y él terminó en la Universidad Europea de Madrid. Luego volvió a casa y ahí empezó la cadena que llega a la Premier.
El primer eslabón fue Sergio Díaz, un chico de Turón, un pueblo de unos 300 habitantes a nueve kilómetros de Mieres, que jugó en los filiales del Real Oviedo y el Real Madrid, y que en 2008 firmó con el Hércules. Un día que Álvarez estaba de vacaciones con su esposa en Murcia, le llama por una rotura muscular. Otro descanso interrumpido: se acerca en coche a verle. Poco después le reaparece un viejo problema en la rodilla y el club envía a Díaz a tratarse a Mieres. Funciona, y Álvarez cada vez viaja más a menudo de Mieres a Alicante. “Llega un momento en que tengo hasta mi chándal del Hércules”, cuenta.
Más adelante se lesiona Manuel Ruz, lateral derecho del Valencia que estaba en el Hércules. Le llama y va a verle a Valencia. Estando en su casa aparece Silva con problemas. Ruz, Silva y Sisi, los tres de la cantera valencianista, eran inseparables desde niños. Tiempo después también Sisi pasaría por la camilla de Álvarez (un cruzado roto presionando a Puyol), pero ese día llega tocado Silva: “¿Me puedes echar un vistazo?”. Era el final de 2009. Meses más tarde ganó el Mundial de Sudáfrica y se fue al Manchester City. Ya no se han separado. Una vez al mes el fisio pasa tres días trabajando allí con él.
BABEL EN MIERES
Después añadió otro viaje a su plan mensual. Cazorla tenía un problema en un tobillo y su agente, el mismo de Silva, le recomendó verlo. “Le pregunté a Silva si tenía algún problema y le pareció bien”, cuenta Cazorla. Álvarez añadió un viaje mensual a Londres, donde la cadena se ha seguido ampliando. “Allí estoy en casa de Cazorla trabajando. O me quedo en casa de Arteta y Cazorla y Monreal van y vienen. Estás allí tratándolos y llama al telefonillo Nasri, que es del City pero tiene un piso en el primero, que a ver si puedo mirarlo”.
Ese batiburrillo provocado por el boca a boca también le ha sucedido en Mieres. “Un día hace poco teníamos en la clínica jugadores del City, del Arsenal, del Eibar, del Sporting, del Oviedo y de un equipo de Bolivia. Y te dices: qué cosa más rara; pero se conocen todos, se llevan bien, se pican”.
Álvarez se fía más de sus manos que de las resonancias y las ecografías. “Las pruebas son importantísimas, pero no les hay que hacer siempre caso. Lo que manda es la clínica: tocar, sentir, escuchar. Esto me molesta, esto no me molesta. La prueba sirve para decir lo que hay, pero muchas veces no sirve para medir la gravedad”, dice.
También las prefiere a los tratamientos mecánicos. “Aquí tengo todas las máquinas, y por duplicado. Cualquier novedad, la traigo. Pero cuando me voy de viaje, en general voy sin nada: mano, mano, mano”.
No siempre funciona. “Hay veces que las soluciones no aparecen, y tienes que sentarte y hablarlo con el jugador”. Le sucedió con Michu. Estuvieron año y medio dándole vueltas a su tobillo derecho: operaciones, tratamientos, especialistas en varios países. “Lo pasó muy mal, muy mal. Dos años con dolor, sufriendo y entrenando porque es el tío más feliz del mundo, porque disfruta”.
El 7 de enero Michu volvió a jugar un partido oficial de fútbol, con el Unión Popular de Langreo, después de 441 días de calvario. También con dolor. Álvarez no estuvo allí, aunque el delantero se lo había pedido. “¿Por qué?”, le preguntó. “Porque no, porque lo voy a pasar fatal”. A él también le duele haber probado ya de todo. “Te hunde y entonces decides no volver a verle jugar ni a Langreo”.