“Todos somos genios. Pero si juzgas a un pez por su habilidad de trepar un árbol, vivirá toda su vida creyendo que es estúpido”, Albert Einstein.
Es cierto que no todos somos capaces de todo, y mucho menos con el mismo grado de éxito. Pero todos podemos hacer algo de forma extraordinaria, tanto en el deporte, como en el trabajo o en la vida cotidiana.
Muchos niños se sienten raros y acomplejados porque no son lo suficientemente buenos jugando al fútbol. En el patio del colegio se juega al fútbol y no hacerlo es una forma de aislarte y señalarte. La popularidad de los niños en primaria se basa en gran parte en los roles y en las habilidades que entre ellos se valoran. Puedes ser un genio en matemáticas que como no tengas un buen toque de balón, no eres nada.
La educación de padres, maestros y otras fuentes de influencia como entrenadores debe encaminarse a que aprendan que el valor de cada uno está en todos sus talentos y genialidades, que aprendan a respetar al que sabe jugar y al que no, que trabajen la cooperación para que el Messi de turno tenga complicidad con el que juega peor y al que llaman “el manco” tenga sentido del humor para aceptar su falta de toque.
Sería genial proponer dinámicas en clase en la que cada niño comentara su punto fuerte, deportiva, académico o incluso en relación a sus habilidades sociales y entre ellos se emparejaran para generar interaprendizajes “yo te cubro y te enseño a controlar el balón y tú en clase me explicas con paciencia ese ejercicio de lengua que me cuesta entender más que a ti”.
Esta cultura cooperadora y no competitiva no saldrá de los niños y si los adultos no fomentamos el respeto y damos más valor a la cooperación que al resultado y éxito individual de quien marca el gol o saca un sobresaliente.
Todos los niños son brillantes, en un área o en otra. Solo tenemos que darles espacio, tiempo y tener paciencia. Y resaltar en qué son buenos, generarles confianza para que se sientan seguros. Y sobre todo apoyarles en las áreas en las que flaquean para hacerles ver que el valor de alguien no está solo en su facilidad para jugar a fútbol, y que todos somos valiosos por un motivo u otro.
Para ello, como modelos de conducta que somos, tenemos que:
1. Ser respetuosos con los errores de los demás. En lugar de gritarle al televisor “pero qué malo eres, para jugar así mejor te quedas en tu casa” mientras vemos un partido, hablemos a nuestros hijos de que todos podemos equivocarnos y que lo importante es valorar el esfuerzo que hacen las personas para superarse.
2. Decirles que no necesitan jugar bien para divertirse. Muchos niños se apartan de sus amigos en el recreo por miedo al ridículo, a ser criticados y humillados. Entrenémosles en habilidades sociales y que tengan una respuesta del tipo “es cierto, no soy Cristiano, pero me gusta jugar con vosotros, es divertido”. Los niños no pueden depender de hacerlo todo bien para ser felices. Deben ser felices a pesar de sus errores y de su falta de habilidad en según qué actividades.
3. Enseñarles a ser generosos con aquellos que no destacan en lo que ellos sí lo hacen.Nuestros hijos no tienen que presumir ni de ser grandes futbolistas ni de tener unas notazas. Solo tienen que ofrecerse a ayudar a quien no sea tan brillante como ellos. El talento debería darles seguridad para ofrecer ayuda a quien la necesite. Hay que agradecerles su altruismo, paciencia y dedicación con los amigos a los que ofrecen apoyo, no solo el sacar un sobresaliente. En esta sociedad seríamos mejores personas si cada uno de nosotros ayudara en algo tan simple como ofrecer lo que a ti se te da bien.
4. Entrenarlos más en que se refuercen y animen que en criticarse. Y para ello tenemos que reforzar a quien lo hace con el compañero. Estemos pendientes para dar valor a quien dice “bien Eduardo, bien, no pasa nada, un fallo lo tenemos todos”. Incluso establezcamos un sistema de premios para que en clase o en casa entre los hermanos, se valore a quien está pendiente de dar ánimos al otro.
5. No podemos pedirle a todos los niños lo mismo. No son borregos. Queremos que hagan lo mismo y con el mismo nivel de éxito. No estés pendiente de lo que te gustaría que hiciera tu hijo, sino de cuáles son sus pasiones, de lo que realiza con facilidad y en qué destaca, y poténciaselo. No te empeñes en que practique un deporte que no le atrae. Deja que elija en cuál se siente cómodo y hábil.
El talento no está en lo que tú deseas que sea tu hijo, ni siquiera en lo que le conviene. El talento de tu hijo está en lo que le apasiona. Pero para ello debes dedicar tiempo para descubrirlo.