¿Alguien conoce a algún futbolista que juegue mal , al que le dé igual perder o al que no le importe la respuesta de la grada hacía su trabajo?
Ningún futbolista salta al terreno de juego con el propósito de jugar mal, pero sí parece a veces un deportista no lo dé todo, no se entregue, no compita… Entrenadores, directivos, aficionados y medios de comunicación suelen acusar fácilmente al futbolista de indolencia o pasotismo. Cuando un futbolista está más estático, lento en las decisiones, falto de agresividad o torpe en las acciones y gestos técnicos, todos le recriminan su falta de actitud. Pero, ¿realmente es así? Sólo puede tratarse de falta de motivación y de esfuerzo por no tomarse en serio su trabajo? No es algo tan simple.
Esos síntomas observados sobre el terreno de juego y que exasperan a cualquiera, más que una falta de actitud aparente, reflejan un problema de ansiedad o estrés. Cuando el jugador muestra su peor cara, no es que no quiera sino que muchas veces no puede. ¿Es posible que ante el escaparate público alguien quiera hacerlo rematadamente mal?
“Ningún futbolista salta al terreno de juego con el propósito de jugar mal”
Cuando el futbolista no vive el partido desde la tarea sino que lo percibe como un riesgo o amenaza, con incertidumbre sobre si va a ser capaz de responder a las expectativas generadas en el entorno, entonces aumenta considerablemente su activación nerviosa, se tensan sus músculos, la coordinación es menos fina, la respiración es más corta y acelerada, el diálogo interno se multiplica, se rompe la concentración y las decisiones en el juego surgen con lentitud. Entonces los errores se precipitan y su rendimiento cae en picado.
Cuando un jugador debuta, reaparece tras un largo periodo lesionado o disputa un partido decisivo, al escuchar los silbidos de la grada o simplemente al responsabilizarse en exceso, siente la obligación de hacerlo bien y no fallar… Así es muy fácil que la ansiedad le atrape y secuestre su talento, impidiéndole trabajar a su auténtico nivel. Cuando el jugador hace suyas las dudas del entrenador y del entorno sobre su propio rendimiento, él mismo activa un proceso de estrés que le va a maniatar, de forma que cuanto más se responsabiliza y mayor urgencia siente por hacerlo bien, peor juega. Además, el estrés puede llegar a romper el físico del futbolista, tanto en forma de lesiones reales que le obligan a parar como de molestias que aprovecha para optar por la camilla mejor que por el césped.
La ansiedad y el estrés son un problema por exceso, tanto de activación nerviosa como de preocupaciones. Nada que ver con la falta de actitud, que más bien es un problema por defecto. En este diagnóstico no puede equivocarse el entrenador, pues ante una aparente falta de actitud hará todo lo contrario a lo que debería hacer si fuera la ansiedad o estrés el factor que bloquee el rendimiento. Un error de diagnóstico en este aspecto es fatal, pues agrava el problema de ansiedad si aprieta, reprende y castiga la aparente o equívoca falta de actitud.
“El estrés puede llegar a romper el físico del futbolista, tanto en forma de lesiones reales como de molestias que aprovecha para optar por la camilla mejor que por el césped .
Pero la ansiedad no es la única explicación de que el futbolista no alcance su rendimiento óptimo. ¿Entonces, sí podemos hablar de falta de actitud? ¡Tampoco! Falta de actitud es un juicio de valor o una impresión muy vaga del entrenador sobre el trabajo del futbolista o del equipo, que no es operativa, no prescribe soluciones, por la que se autoexcluye de la responsabilidad del mal trabajo y de la derrota, y señala al futbolista o al equipo como malos profesionales.
La “falta de actitud” es una excusa que utiliza el entrenador y que le distancia de sus futbolistas ¿Qué esconde la mal llamada falta de actitud? Puede ser poca intensidad, escaso trabajo colectivo en forma de pocas ayudas, confusión en el desempeño de la tarea sobre el terreno de juego, decisiones equivocadas, poca determinación para imponer el trabajo al rival, escasa concentración, cansancio… ¿Por qué no ser más explícito y señalar el aspecto a mejorar en vez de quedarse con la vaguedad y el insulto de la falta de actitud?
En tiempos de crisis se agradece la exigencia, pero también el ánimo, el apoyo y la confianza. Sobran los enfados, el pesimismo, la impaciencia, los temores, las urgencias, las acusaciones, eludir responsabilidades, huir… Cuando algo no sale no es simplemente por falta de actitud sino por algo mucho más concreto que eso. Hay que concretarlo. Resulta demagógico recurrir al palo y tentetieso para corregir un problema de rendimiento individual y colectivo. Exigencia máxima sí, pero también ayuda, confianza y claridad en las propuestas de mejora.